La inteligencia, de manera natural, está abierta a la realidad profundamente y todos los seres humanos debemos ajustarnos a esa “ley natural” de esa facultad; tenemos el deber de buscar la verdad y manifestarla.
Por Genara Castillo. 09 mayo, 2022. Publicado en El Tiempo (Edición dominical), el 8 de mayo de 2022.Cuando diariamente se producen escándalos debido a los fraudes, mal uso del poder y de los recursos públicos, cuando vemos cómo se miente sin ningún escrúpulo, cuando se saltan las leyes impunemente, cuando se minan las principales instituciones sociales, y todo en una cantidad tal que mientras aún no se ha terminado de procesar un escándalo, ya viene el siguiente, aparece el riesgo de “normalizar” las conductas inmorales, delictivas, etc.
¿En qué consiste esta “normalización” y cómo opera en nuestro interior? Sucede que los seres humanos somos una unidad de cuerpo y alma humana racional. Gracias a esta unidad hay una puerta de entrada de la realidad que es a través de nuestros sentidos externos: vista, oído, etc., de cuyos “insumos” se alimentan los sentidos internos y, especialmente, la inteligencia humana. Sucede entonces que -por decirlo de algún modo- nuestro cerebro está “escaneando” continuamente la realidad, la cual pasa a nuestra interioridad de manera que si lo que proliferan son dichas conductas nefastas, vicios, etc., entonces existe la posibilidad de “normalizarlas” por la frecuencia con la que se dan.
En segundo lugar, cuando la “normalización” del vicio, de la mentira, etc., va acompañada de una indiferencia de los ciudadanos, especialmente de quienes tienen el deber de resguardar los principios éticos, valores y virtudes morales; entonces, sucede algo bastante serio y esto es que se empieza a considerar que la virtud y el vicio tienen los mismos derechos, como si fueran iguales; pero con esto se destruye la superioridad del bien; es un proceso lento para denigrar moralmente a una sociedad.
Todavía podemos preguntar: ¿y por qué hay que evitar la denigración moral de una sociedad? Aquí está la razón más profunda: una sociedad está conformada por seres humanos y resulta que la mentira y la corrupción en general destruyen las facultades superiores del ser humano: su inteligencia y voluntad.
La inteligencia, de manera natural, está abierta a la realidad profundamente y todos los seres humanos debemos ajustarnos a esa “ley natural” de esa facultad; tenemos el deber de buscar la verdad y manifestarla. La mentira es todo lo contrario a la verdad; por eso, rompe profundamente a un ser humano, ya que mina su inteligencia. Cada vez que mentimos, de palabra u obra, nuestra inteligencia se afecta, pierde vigor, se oscurece.
Asimismo, también está la voluntad, compañera inseparable de la inteligencia, que se daña profundamente, ya que su finalidad natural consiste en querer el bien verdadero. La mentira afecta la voluntad, la denigra, porque para engañar hay que querer engañar y el engaño y mentira no son bienes verdaderos, por lo que cada vez que mentimos nuestra inteligencia no sólo se oscurece, sino que también nuestra voluntad se debilita, pierde fuerzas para el bien.
Por eso, no podemos ser indiferentes frente a la mentira y a la corrupción. No podemos “acostumbrarnos”, porque eso rompe profundamente al ser humano y, por tanto, a la vida en sociedad. A veces, podemos ser demasiado “tolerantes” con la mentira y quitarle importancia, y eso nos lleva a “normalizarla”; igualmente sucede con la corrupción. Hace un tiempo se escuchaba lo de “no importa que robe, con tal de que haga obra”. Entonces, no faltaron unos desaprensivos que nos “tomaron el pulso” y basándose en eso, robaron todo lo que pudieron; y, tuvo que llegar la pandemia para ver que con ese dinero robado se hubieran construido hospitales, plantas de oxígeno e infraestructura básica, empezando por el agua tan necesaria para la salud.
No debemos ser “tolerantes” con la mentira y la corrupción, porque cuando se empiezan a realizar dichos actos, si no se cambia, siempre se va a peor. Es decir, que nuestras facultades están “vivas”, nunca están quietas o paradas, y lo grave es que estas son los “resortes” de nuestras acciones que se modifican cada vez que actuamos. Esa “reconfiguración” de nuestras facultades puede ser positiva, si la acción realizada es buena; o negativa, si la acción es mala, y eso es inevitable. Constantemente nuestras facultades se están modificando y se va acentuando cada vez más ese debilitamiento o esa fortaleza. Esto es un descubrimiento que realizaron los fundadores de la antropología y de la ética, para quienes las acciones no solo tienen resultados externos sino también, principalmente, internos, que afectan nuestras facultades y acciones.
De otra parte, fomentar la denigración moral de un pueblo o sociedad es una antigua estrategia, ya que es muy conocido el proceso: se apunta a las facultades superiores de una sociedad (la inteligencia y la voluntad) sembrando por doquier la mentira y la corrupción, de manera que sus ciudadanos van perdiendo vigor y ni siquiera tienen fuerzas para defender a su pueblo o a su país; el resto es consecuencia de esa denigración moral. Todavía estamos a tiempo de reaccionar.
Este es un artículo de opinión. Las ideas y opiniones expresadas aquí son de responsabilidad del autor.